Esta es la segunda historia que pudo haber ocurrido en el metro de Tokio. Recuerda cómo empezó:
https://otraresacamas.com/2015/04/22/paso-en-el-metro-de-tokio/
La Trampa
Imagen http://phazonfire.tumblr.com/post/38115062706/also-my-day-is-not-complete-without-a-little
Un pitido acompañó el sonido de las puertas abriéndose y con la misma serenidad que viajabamos segundo antes, la mitad del pasaje se recicló con nueva carne silenciosa. Una hornada nueva de ausencias pegadas a la pantalla de distintos dispositivos electrónicos. Se cerraron las puertas. Dejaron de oírse los pájaros que adornan el silencio de las estaciones en Tokio desde los altavoces de las mismas. Una voz metálica y chillona empezó a gritarnos por la megafonía y en segundos el desorden se adueñó del vagón: entre voces y empujones todos los hombres salieron del vagón. Todos excepto otro turista, al otro extremo del compartimento, y yo. El resto eran mujeres, de todas las edades y tipos, pero todas orientales. Por unos instantes dejaron de mirar a sus teléfonos y nos observaron con fijeza fría. Entonces empezaron a entrar más y más mujeres, hasta que apenas había espacio entre nosotros y ellas. El vacío se lleno entonces de roces y perfume. Las risitas contenidas entre cientos de dedos finos y pálidos impregnaban al expresso de una atmósfera onírica en el momento en que se ponía en marcha. Dos chicas, de unos veinte años, con el traje tradicional de gheisa (uno verde y otro azul, con estampados blancos y negros) se abrieron paso hasta mi. Doblaban sus espaldas y escondían sus maquilladas y níveas caras cada vez que pedían disculpas con una reverencia. Las otras mujeres les abrían paso entre susurros y llegaron hasta mi. Se colocaron una a cada lado mía mientras yo me mantenía agarrado a la asidera aunque cada vez era menos necesario pues poco a poco mi cuerpo era rodeado de brazos cálidos, muslos desnudos, torsos escondidos, hombros claros y melenas oscuras que me mantenían a flote y erguido aunque el tren bailase en cada curva. Manos extrañas se apoyaban en mis muslos y abdomen como buscando mi piel a través de mi ropa. Sentí un aliento jadeante en mi cuello. Una respiración agitada acompañando un agarrón a mis nalgas cubiertas por los vaqueros. Una caricia en mi pecho otra en mis brazos colgantes. Unos dedos que parecían buscar los resquicios de desnudez que asomaban bajo mi camisa. Continúa leyendo La Trampa (Segunda historia #resacaMetroTokio)